sábado, 3 de diciembre de 2011
Para.
Respira.
Descansa.
No pasa nada. No has fracasado. Sigues siendo el mejor para mí.
Eso es lo único que te tiene que valer.
Mírame a los ojos. No estás perdido.
Vales mucho. Demuéstrame que no estoy equivocada.
Inspira.
Levántate.
Alza tus puños.
Cárgalos de fuerza y cae sobre tu contrincante.
Expira.
Veo tu sonrisa. Ahora es él el que está en está suelo.
Me miras. Continúas sonriendo y me lanzas un beso.
Sonrío y me sonrojo.
Entre todos esos gritos, apuestas, sudor y olor a cerveza, me siento atrapada en tu mirada.
Tres segundos y suena el pitido estridente de un silbato.
El ring se llena de aplausos, gritos y viroteos.
Has ganado.
Esta vez es el árbitro quien capta tu atención y levanta tu brazo.
Llegas a la gloria. Y veo como te olvidas de mí.
Como vas triunfando y la única forma de verte es o a través de la tele o en reportajes de míseras revistas.
Y con uno de esos malditos trozos de papel en mi mano, bajo un aguacero que es mi corazón… Sonrío.
Sonrío, porque según tú, perdiste algo importante.
Y porque aún no te has dado cuenta de que nunca me perdiste.
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