sábado, 21 de enero de 2012

No. No me vuelvas a llamar tonta, no me dejes entrever ese cariño que dices que me tienes. No me vuelvas a hacer sentir que puedo volar, solo para que la caída me haga más daño. No. No me vuelvas a pedir que me quede un rato más. No me vuelvas a pedir que vaya a verte. No. No vuelvas a repetirme esas palabras, las mismas que ella se debe de saber de memoria. No vuelvas a decirme que no te quiero. No. ¡Ni se te ocurra volver a mentirme, a decirme que tú si que lo haces! Quizás ya sabia donde me estaba metiendo, pero permanecía en esta espiral de dolor por sentir de nuevo lo que era estar arriba. No. No me vuelvas a llamar por ese nombre, sé que si lo haces lloraré y esas lágrimas echaran a perder mi mascara de frialdad. No me vengas otra vez después de esto, con esa sonrisa en la boca y esos ojos gritando: ¡Acércate! No. No me vuelvas a decir que mantengamos esto en secreto, porque estoy harta. Harta. ¿Me oyes? Aclárate. Juro que preferiría que me dijeras que ya no me quieres, que no te gusta estar conmigo, aunque eso me dejase rota por dentro, sería el fin de este circulo vicioso del que no saldré hasta tener una razón lo suficientemente lógica para convencerme de que eres un maldito gilipollas y nunca cambiarás. Porque, ¿sabes? Si te pido que no hagas ninguna de estas cosas, es porque sé que si lo haces volveré a caer. Volveré a perdonartelo todo. Y por una puta vez, quiero seguir con mi vida, quiero ser feliz con las personas que me quieren y olvidarme de ti. Así que ya se que te encanta jugar con tu juguete roto, que te encanta saludarme de vez en cuando para ver como reacciono, pero mucho me temo que esta vez me he quedado sin pilas.

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